En mi trabajo como capellana de hospicio, a menudo pregunto a mis pacientes y a sus cuidadores sobre su sistema de apoyo; aquellas personas que les están ayudando a  enfrentar este tiempo extremadamente difícil y profundo en sus vidas.  Muchas veces, estas personas hablan sobre su fe en Dios, sobre sus familiares y sus amistades cercanas, pero raramente de los miembros de sus iglesias. A veces, yo les pregunto específicamente como su comunidad de fe les está apoyando.

“... El cuidado pastoral no es simplemente el dominio del pastor; es nuestro compromiso congregacional a uno con el otro.”

Cada vez que hago esta pregunta, casi siempre recibo una respuesta parecida. Estas personas hablan de cómo se han comprometido con la iglesia en el pasado, pero a causa de su enfermedad o de los cuidados, ya no han podido estar activos en la vida de la congregación. Me miran con seriedad y dicen: «no les he visto mucho, pero sé que están orando por mí».  

Como capellana, veo el problema. Como anciana gobernante en una congregación de la IP (EE.UU.), he sido parte del problema. Cuando escuche que un profesor de escuela dominical estaba enfrentando un diagnostico difícil, me preocupe de decir lo incorrecto. Cuando sospechaba de que un miembro del coro estaba experimentando estrés o cansancio a causa de las responsabilidades de cuidar a su esposa enferma, me pregunte si mi ofrecimiento de apoyo seria percibida como invasivo u ofensivo. Estaba preocupada si  era mi posición de ir hacia alguien que no había estado en la iglesia por un buen tiempo. Por lo general, mi preocupación y mi cuestionamiento terminaban en acciones.

Me consolaba pensar que el pastor estaba ocupándose de ello. Me libre de ello y deje que el término «cuidado pastoral» me tranquilizara al pensar que era solamente el trabajo del pastor. Pero los encuentros con mis pacientes me enseño que el cuidado pastoral no es el terreno del pastor solamente; es un compromiso congregacional de una persona hacia la otra. 

Una de las partes más conmovedoras del servicio de adoración, en mi opinión, son los votos congregacionales durante la liturgia del bautismo. En esos votos, la congregación promete «guiar y nutrir… por palabra y acción, con amor y oración, alentándole a conocer y seguir a Cristo y a ser miembros fieles de su iglesia»  (Libro de Adoración, Louisville:Westminster John Knox Press, 1993). La única manera de vivir esta promesa es aparecer cuando las demás personas nos necesitan. Cuando practicamos el cuidado pastoral, lo mejoramos, y también aprendemos que nuestra relación con Cristo se nutre y se profundiza en este proceso.

Aunque existen etiquetas sobre la enfermedad y la crisis, he observado que en medio de situaciones difíciles, las personas pueden pasar por alto un comentario torpe pero bien intencionado. Pero es más difícil perdonar que no estas presente en absoluto. Cuanto más nos presentamos, más aprendemos que no tenemos que decir las cosas correctas; sólo tenemos que estar allí para escuchar.

Una de las cosas que siempre le pido a Dios cuando oro por las familias en crisis, es que Dios conceda percepción y gracia a los que les rodean. Oro para que la familia reciba el apoyo que necesitan de sus familiares, amigos y su comunidad de fe. Este apoyo puede tomar muchas formas: una llamada telefónica, una tarjeta, una comida, una palabra amable, y, quizá sobre todo, un oído para escuchar.

Recientemente, vi que un miembro de la iglesia respondió a una oración silenciosa al hacer una visita con una hielera llena de agua y bocadillos saludables a una familia que vivía de una máquina expendedora de alimentos del hospital. Espero que seamos útiles a la agitación del Espíritu y dejemos que Dios nos use para responder la oración de alguien.


 Zeena Regis es una anciana gobernante y miembro de la Iglesia Presbiteriana Oakhurst en Decatur, Georgia. Ella se graduó del Seminario Teológico Columbia y actualmente sirve como capellana en el Hospice Atlanta/Visiting Nurse Health System. Vive en Atlanta, Georgia con su esposo Rahjahn, y con sus dos cachorros Bella y Chip.

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