El Libro de Orden llama a los diáconos y diaconisas ordenados a un ministerio «de compasión, testimonio y servicio, compartiendo el amor redentor de Jesucristo por las personas pobres, hambrientas, enfermas, perdidas, solitarias, oprimidas, agobiadas por políticas y estructuras injustas, o a cualquiera que se encuentre en aflicción» (G-2.0201). ¡Qué tal responsabilidad! Adicionalmente, la forma anterior del gobierno, cuando describe las responsabilidades de un consistorio, incluido el cargo a los ancianos gobernantes de «guiar a la congregación en ministerios de sanidad personal y social, y de reconciliación en las comunidades en las cuales la Iglesia vive y da testimonio» (Libro de Orden, versión del 2009–11, G-10.0102g). Al pedirle a los(as) ancianos(as) gobernantes pensar y orar más allá de los muros de la congregación para considerar el bienestar del mundo más cercano a la congregación también fue y sigue siendo una tarea difícil. De ello se deduce que, debido a estos mandatos actuales e históricos, la responsabilidad primaria de los(as) ancianos(as) gobernantes activos(as) es apoyar la misión y el ministerio de los diáconos y diaconisas mientras guían a la congregación, incluyendo al consistorio, en bendecir a las comunidades donde se encuentra la Iglesia.
Por desgracia, muchas veces el ministerio de los diáconos y las diaconisas en nuestras congregaciones se limita a esas tareas cotidianas que nadie más quiere hacer dentro de la vida interna de la iglesia, tareas de cenicienta; hacer el zurcido y la costura y el fregado… Sin duda, una parte del testimonio del diácono o diaconisa es el servicio humilde, y en el espíritu de Filipenses 2: 1-13, no hay tarea de tan insignificante categoría que no pueda convertirse en un acto de ministerio y en un momento de testimonio para el bien común del pueblo de Dios. Pero sería mejor si los(as) ancianos(as) gobernantes se aseguraran de que los diáconos y diaconisas no estén tan agobiados o quemados del mantenimiento del ministerio dentro de la congregación (colocar las mesas para casa comida de la iglesia), a tal punto que no tengan más energía o imaginación para otras tareas de la misión en el ministerio que van más allá de la congregación (partir el pan con sus prójimos y personas extrañas).
Un consistorio sabio aconsejara a los diáconos y diaconisas, ofreciendo la redistribución o el retirar algunas o todas las tareas anteriores, con el fin de hacer espacio para el ministerio de persona a persona con los más necesitados para ver el «amor redentor de Jesucristo» (Ibídem) dentro y también fuera de la congregación.
Otra manera de que los(as) ancianos(as) gobernantes pueden apoyar el ministerio de los diáconos o diaconisas es mediante la interpretación de dicho ministerio para la congregación en general. A menudo, el oficio del diácono o diaconisa en las iglesias presbiterianas se percibe como un ministerio secundario o periférico; incluso tal vez se entiende como una especie de campo de pruebas para un posible «ascenso» a la ordenación como presbítero gobernante. Pero si ahora más que nunca existe un acuerdo amplio donde la iglesia no sólo tiene una misión, sino que es una misión, y que si nuestro llamado como seguidores(as) de Jesús no es sólo ir a la iglesia, sino que es la iglesia. Entonces se deduce que el ministerio del diácono y diaconisa es el «de compasión, testimonio y servicio, compartiendo el amor redentor de Jesucristo» (Ibídem); es lo innovador de nuestra vida en común y para el mundo. Los consistorios harían bien al entrenar a los comités de nominaciones para buscar a esos(as) santos(as) con dones espirituales que van a la par con la obra sagrada de la compasión, el testimonio y el servicio para servir como diáconos. Por otra parte, los(as) ancianos(as) gobernantes deben utilizar su influencia para destacar y alentar la labor del diácono y diaconisa, recordando a la congregación periódicamente que siempre y en todas partes, la iglesia llama a participar «en la misión de Dios de cuidar de las necesidades de la persona enferma, pobre, y desamparada; de liberar a la gente del pecado y la opresión; y de establecer el gobierno justo amoroso y pacífico de Cristo en el mundo» (Libro de Orden, F-1.0302d).
Deje que los(as) ancianos(as) gobernantes dirijan la Iglesia, precisamente mediante el establecimiento de diáconos y diaconisas que conducen al pueblo de Dios hacia afuera y hacia arriba, apuntando siempre a Jesús; el principal ministro entre todos nosotros.
Ralph W. Hawkins sirve como presbítero ejecutivo y como secretario permanente en el Presbiterio de Shenango, Que posee cuarenta y nueve congregaciones en el oeste de Pennsylvania. El está casado con una diaconiza ordenada llamada Elizabeth.
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