Queridas hermanas y hermanos de Colombia,

Nos entristece escuchar que el domingo 2 de octubre, una estrecha mayoría de los votantes optó por rechazar los acuerdos de paz logrados por el gobierno de Colombia y la guerrilla de las FARC.

Cuando nos encontramos en Bogotá hace tan sólo unas semanas, compartimos la esperanza de que los acuerdos serian aprobados. Sin embargo, sabíamos que el duro trabajo de la reconciliación tenía un futuro sin importar el resultado en las urnas. Esta votación con un margen tan estrecho nos ayuda a comprender mejor que no solo se necesita una reconciliación entre la sociedad colombiana y las fuerzas guerrilleras, sino también dentro de la sociedad civil. Después de cincuenta y dos años de conflicto armado, la inmensa mayoría de los colombianos anhelan la paz con justicia, pero las profundas divisiones han llevado a visiones disparatadas de lo que contribuyen a la paz.

Como sucede a menudo en nuestro camino de fe, nuestra peregrinación común que sigue el Príncipe de la Paz se ha encontrado con un obstáculo inesperado. Sin embargo, estamos seguros de que el Espíritu de Dios continuará guiándoles y ayudándoles a discernir la forma de proceder en la fidelidad al Evangelio.

Por favor, sepan que no están solo. Vamos a seguir alentando a nuestras iglesias para levantar la Iglesia Presbiteriana de Colombia y al pueblo colombianos en oración ante el Dios que trabaja por la paz y justicia a través de toda la historia humana.

Vamos a seguir acompañándoles a través de nuestros/as compañeros/as misioneros y nuestros/as jóvenes adultos voluntarios. Vamos a seguir discerniendo con ustedes, en colaboración con la Fundación Presbiteriana por la Paz, cómo los/as acompañantes voluntarios pueden apoyar a las víctimas del conflicto armado y a sus esfuerzos hacia la reconciliación. Vamos a seguir instando al gobierno de los EE.UU. para trabajar por la paz y la justicia en Colombia.

A medida que se desarrolla el camino hacia la paz, estamos unidos en nuestra común dependencia de la gracia de Dios.

«Porque nuestro Dios, en su gran misericordia,
nos trae de lo alto el sol de un nuevo día,
para dar luz a los que viven en la más profunda oscuridad,
y dirigir nuestros pasos por el camino de la paz». (Lucas 1:78–79 DHH)

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