Al parecer la primavera llego después de todo, aunque parecía imposible incluso hasta el mismo veintidós de marzo. Allá en Tennessee, podíamos tener una serie de pequeños inviernos, pero suavizábamos el golpe con ponerle nombres a la temporada donde empieza la primavera y el frio se niega a despedirse. En Carolina del Sur, mi yerno ya ha cortado el césped. En Chicago, todavía están quitando la nieve. A pesar de estar en la misma estación, no la sentimos de la misma manera.
Esto es una metáfora apta para la IP (EE. UU.). Estamos en la misma estación de nuestra vida eclesiástica pero no la sentimos de la misma manera. Algunas personas están muy felices, otras no tanto y otras están ocupadas. Tendríamos que tener amnesia sobre nuestra historia para decir que siempre hemos estado en desacuerdo y al mismo tiempo nos mantuvimos unidos. Me da escalofríos al pensar en cómo se hubiesen visto nuestras históricas discusiones en los medios sociales si estos hubieran estado disponibles.
Así que no recurriré a la historia. No recurriré a las tantas cartas de Pablo hacia las congregaciones divididas. Voy a aferrarme a la Pascua y les diré porque. No hay sentido que en el Evangelio, los discípulos estuviesen cien por ciento convencidos de que Jesús resucitaría. Las historias dicen todo lo contrario. Y mientras que Tomas sedestacó por sus dudas, era al menos lo suficientemente valiente como para caminar por las calles cuando el resto se escondía. Todos ellos dudaban porque los hechos delante de ellos eran duros.
Pero estaban equivocados. Jesús, como un profesor que no se rinde, regreso a sus estudiantes para darles una nueva lección. Los discípulos se transformaron no por lo que ellos sabían, sino por quien los conocía. La pascua es la gran excelente sorpresa que reclama todas nuestras alegrías y dudas. Esta reclamación nos une a Dios. Y ya que estamos todos agarrados de la misma mano piadosa, ¿no deberíamos tratar de agarrarnos entre sí?