Puedo contar en una mano el número de veces que, como adulto, me he pasado la Navidad en mi propia casa. Hemos compartido ese día con abuelos/as y otros familiares. En una época pre-Amazon, escondíamos los regalos entre el equipaje y pasábamos esos días en la carretera al igual que José y María. Pero por supuesto, yo sabía que mi cama estaba allí, esperándome cuando todo finalizara.
Las Naciones Unidas indican que actualmente hay más de 60 millones de personas desplazadas en nuestro planeta cansado de la guerra, las cuales probablemente nunca verán su casa otra vez. Es el número más grande jamás registrado. Han dejado sus hogares por la violencia, la pobreza y el miedo. Hay una historia que se repite alrededor del mundo. Algunos hombres armados vienen a tu casa. Exigen dinero de los padres. Exigen que los hijos se unan a su banda. Quieren vender a la hija en el bajo mundo de comercio sexual. No se puede ir a las autoridades porque la banda es la autoridad. ¿Qué hacer como padres? Usted huye con su familia.
Como iglesia de 1.6 millones de personas no podemos refugiar 60 millones aunque nuestro gobierno lo permitiese. Pero podemos ayudar a cambiar la forma en que se habla de los 60 millones. Recientemente lancé un reto en Facebook pidiendo a las congregaciones tomar un “selfie” con un banner que lea “Elegimos Dar la Bienvenida”. El desafío era enviar la foto a sus funcionarios públicos. Una congregación que aceptó el reto es la Iglesia Presbiteriana de St. Mark en Rockville, Maryland. Quiero darles un merecido reconocimiento.
Tal vez su congregación no está lista para expresarse públicamente sobre este tema. Pero en algún momento durante los próximos días de Adviento vamos a señalar una vez más al mesonero por no tener cabida para José y María. Tal vez ese puede ser un momento de aprendizaje para todos/as nosotros/as.