Las clases han comenzado en nuestra ciudad. Observo a los jóvenes de nuestro barrio caminar con esmero hasta la pequeña colina en la parte delantera de nuestra subdivisión para ir al autobús. Debido a que toma un tiempo para averiguar qué autobús es el autobús correcto, a menudo se ven a las madres de pie en frente de sus casas para mirar a sus hijos hasta que el autobús llegue. Luego, una por una, toman sus tazas de café y regresan a sus casas.
Estoy aún más consciente de que algunas de las mamás todavía tienen una gran cantidad de ansiedad acerca de esos niños. Las madres de color tienen la carga adicional de que sus hijo comentan alguna acción no deseada la cual pueda meterlos en problemas y posiblemente puedan ser disparados. Puede ser que no vean a sus hijos de regreso al final de la jornada y reciban una llamada telefónica o un golpe en la puerta con un mensaje el cual ningún padre quiere recibir.
Como personas reformadas no tenemos una teología de la perfección. Es probablemente porque hemos conocido a muchas otras personas reformadas. Pero quiero sugerir que consideremos una teología de la preciosidad; una teología que honra el amor de Dios hacia todos sus hijos.
Ahora tal vez usted piensa que precioso es una palabra para los nietos. Sin embargo, creo que tenemos que incorporarla en la historia sobre todas las personas dentro de nuestra cabeza. Así que vemos al cansado empleado en la tienda como precioso, la enfermera gruñona tan preciosa, el mal conductor tan precioso, y los hijos de otros tan preciosos. Si esperamos encontrar a la persona perfecta para otorgar el título de preciosa, nunca vamos a cambiar esa idea en nuestra cabeza.
Se debe cambiar la idea. Es la idea que debe desarrollar un nuevo concepto sobre los hijos y las hijas de Dios. Es la idea que debe ser reprogramada para no prejuzgar uno de los hijos de Dios debido al color de su piel. Se lo debo a las mamás de color en mi barrio para tratar de construir un mundo en el que puedan estar seguras de que sus hijos volverán a casa.