« Que Dios, que da esperanza, los llene de alegría y paz a ustedes que tienen fe en él, y les dé abundante esperanza por el poder del Espíritu Santo.»—Rom. 15:13.
Hace unos días, nuestra familia se mudó de Nueva Jersey a California del Sur, ya que tome un nuevo llamado al ministerio con la Iglesia Presbiteriana de la Comunidad de Village en Rancho Santa Fe, Calif. (www.villagechurch.org). Nuestro hijo menor recibió una tarjeta de despedida de uno de sus compañeros de clase del tercer grado que decía: «Nadie quiere que te vayas, pero ya es hora».
Nos reímos al leer aquel comentario pero era tan cierto. Después de todos los anuncios, discusiones y despedidas, era hora. Ya es hora.
Había llegado la hora que cumpliéramos nuestra promesa de pacto con Dios. Lo que había sido una señal en el Antiguo Testamento, como la inclusión de Ruth en los Moabitas dentro de una comunidad de pacto o cuando el profeta Jonás fue instruido de llamar al arrepentimiento de Nínive, ahora había llegado al pleno florecimiento con el ministerio hospitalario de Jesucristo y el ministerio del apóstol San Pablo.
El trino del trabajo reconciliatorio de Dios en Cristo a través del Espíritu Santo, siempre había sido, desde el principio, acerca la reconciliación de la creación entera, que todo en el cielo y en la tierra se arrodillara y proclame que Jesucristo es el Señor de todo.
Esta es la exhortación apostólica en Romanos 15 cuando San Pablo se dirige a una iglesia que necesitaba dar la bienvenida al otro, amarse los unos a los otros, dar valor los unos a los otros en las promesas de la Escritura. El Señor es llamado como un «Dios de constancia» (15:5), «Dios de esperanza» (15:13), y el «Dios de paz» (15:33).
Los rezos y ansiedades de la comunidad de pacto, están incrustadas en cada de estas nomenclaturas para el Santísimo. Nosotros/as dependemos del Dios de constancia para que nos sostenga cuando estamos inquietos/as, cuando estamos impacientes, cuando no podemos o no queremos ser fuertes. Nosotros hacemos una cadena de oración a nuestro Dios de esperanza porque muchas veces nos desesperamos, muchas veces nos preguntamos si, cuando, como, por qué y para qué.
El Dios de paz es aquel que constantemente nos estabiliza en un océano de mareas cambiantes y vendavales poderosos. El Dios de paz no promete suavizar situaciones y remover el conflicto o el estrés. El Dios de paz nos asegura a través del trabajo interno del Espíritu Santo y la promesa del Evangelio que en la vida y en la muerte, pertenecemos a Dios, y por lo tanto estamos en paz con Dios.
Ya es hora. La hora está por llegar. Debemos enfrentar la realidad de nuestras vidas diariamente, del mundo roto y doliente que nos rodea. Nuestras oraciones no pueden ser retrasadas por las verdaderas realidades de injusticia que nos rodean. Ya es hora.
Cuando fue la hora de que nuestro Señor Jesús para que enfrentara el juicio certero y seguro de Pilatos, la cruz fue seguro y cierto. Y sí, la resurrección segura y cierta. Ya es hora. Y el tiempo llegó para que él para ascienda a los cielos, para ir, como confiesa el Credo, donde «está sentado a la derecha de Dios padre todopoderoso, y desde ahí ha de venir a juzgar a los vivos y a los muertos».
Nosotros, como Iglesia Presbiteriana (EE.UU.) nos reuniremos en un concilio nacional en pocas semanas como la 221a Asamblea General (2014) del 14 al 21 de junio, en Detroit. Ya es hora. Habrá mucho culto, mucha celebración eucarística, mucha oración, ya que habrá mucho debate, deliberación, los discursos, las mociones parlamentarias, tuiteos, votos, y desacuerdos.
Como hemos llegado a nuestro tiempo señalado, ya es hora. Ya es hora de que renovemos nuestro compromiso con el Dios de constancia, el Dios de esperanza, y el Dios de paz. Porque de la cabeza a los pies, es Dios, el Dios trino, revelado en Jesucristo, donde permanece el Espíritu Santo.